jueves 4 de agosto de 2011
No al cierre de la Biblioteca del Zaidín en Granada
La Asamblea del Zaidín decide crear una Plataforma donde quepan organizaciones, asociaciones, personas a nivel particular, etc, para sumar fuerzas en la reivindicación contra el cierre de la Biblioteca del Zaidín (Plaza de las Palomas).
En esta asamblea del viernes día 29, las personas asistententes propusieron diferentes acciones para continuar con esta lucha, como por ejemplo lecturas públicas en la Plaza o la recogida de firmas en contra de esta decisión del gobierno municipal. El martes 2 de Agosto hay una reunión organizativa de las acciones previstas, a las 19:30 h. en la Plaza de las Palomas, abierta a toda persona que quiera asistir.
La indignación en el barrio por esta decisión provocó que participaran muchos vecinos en esta asamblea, con lo que si algo hay seguro es que el barrio no se va a quedar mirando cómo cierran un espacio público y que se hará lo que sea necesario para evitarlo.
¡NO AL CIERRE DE LA BIBLIOTECA DEL ZAIDÍN!
Fuente: Asamblea del Zaidín
La Biblioteca del Zaidín
Por Jairo García Jaramillo
Somos muchos los que pensamos que la sociedad en la que vivimos anda un poco desnortada, aunque la mayoría de nosotros no recordemos haber leído nunca que alguna otra época fuese mejor. No tiene sentido, pues, tratar de soñar con ficticias edades de oro pasadas que realmente no existieron, sino tratar de hacer lo posible por mejorar la nuestra, que para bien o para mal es ésta en la que respiramos y a la que no pedimos venir, pero a la que tampoco queremos renunciar. Digo esto porque hace unos días leí en su periódico, con cierta alarma e impotencia, que cerraban la pequeña Biblioteca del Zaidín, lo cual debe ser indicio claro para avisados de por dónde van los tiros en nuestra ciudad, en nuestro país, y en definitiva, en el mundo del que somos reflejo en miniatura. Decía Antonio Machado que sólo el necio confunde valor y precio, y creo que los gobiernos se comportan como tales cuando pretenden imponer a los ciudadanos que representan la rentabilidad y el interés económico por encima del bien y la utilidad social. Es mucho más que un acto simbólico. Cerrar una biblioteca, por grande o pequeña que ésta sea, es siempre herir de muerte a sus vecinos, negar a los que viven en sus inmediaciones la posibilidad del acceso libre a la cultura, que hasta ahora, y perdónenme que insista en ello, es y será por mucho tiempo cultura escrita. El desprecio por la lectura que tiene nuestro país es de una insolencia que aterra y debiera provocar el sonrojo de los que se visten de político por las mañanas para perfeccionar cada día sus inútiles reformas educativas, que sólo pretenden maquillar la incompetencia para frenar el fracaso escolar –que es el fracaso de toda la sociedad– y la necesidad que tienen de seguir los dictámenes de los mercados para crear mano de obra barata. No quiero divagar sobre educación ni sobre el retroceso –ya imparable– de las Humanidades, que ya sabemos que para la mayor parte de la sociedad no son más que el adorno o el entretenimiento con que algunos intelectualoides simulan sus veinte siglos de improductividad, sino tratar de mover a los responsables de este pequeño acto de barbarie a reconsiderar si es pertinente que en un barrio tan necesitado de todo como el Zaidín, al que pertenezco y donde orgullosamente cuando me preguntan digo que me crié, se vea desposeído por la fuerza del único lugar donde se citaba con los libros. ¿Elevados costes de mantenimiento? ¿Cada vez menor afluencia de lectores? ¿Necesidad de un edificio para otras actividades? De nada de esto tienen la culpa los vecinos, sino las autoridades. Dinero para campañas lectoras, actividades culturales, ampliación de fondo, mayor dotación de medios para esta humilde empresa de barrio: entonces sí que veríamos renacer, como por milagro inaudito, el número de personas inquietas que se acercan a sus instalaciones, a recibir periódicamente lo que la cultura tiene que ofrecerles. Yo fui muchas veces niño en aquellos asientos, con dos amigos me adentré en la aventura de hacernos el carné de lectores que aún conservo. Allí descubrí por primera vez que en el mundo las mejores cosas son gratis y supe de aquel verbo precioso que todavía marca mi vida: prestar. Con mis ojos ignorantes le estaba dando una oportunidad al mundo, que por unos años dejó de ser tan terrible como había empezado a entrever. El caso es que la biblioteca estaba un poco lejos de casa, pero quedábamos todas las tardes para hacer con sus enciclopedias los trabajos que mandaban los profesores del Vicente Aleixandre, y de sus estanterías saqué mis primeros libros, que leí con el ansia de un tesoro descubierto: El estanque de las libélulas, Edad prohibida, El camino, Lazarillo de Tormes, El año del milagro. Allí, por cierto, conocí por primera vez al autor de un libro, Javier Alfaya; allí soñé con leerlo todo y escribir algún día la novela de mi vida, para contársela a los niños del futuro. Y si le soy sincero, no he dejado de hacerlo: hoy me dedico a la investigación literaria y soy, como aquellos míos, profesor de un instituto de pueblo. ¿Qué enseño? Imaginen…
(Publicado en Ideal, 9-08-2011, p. 23.)